18 de junio de 2011


Todos me dijeron que no podía, y eso fue lo que más me costó. Necesitaba apoyo, y lo único que recibía eran malas críticas o respuestas desanimantes. Todos parecían divertirse cuando me decían que los tiempos no me alcanzarían, que tendría que haber comenzado antes. ¿Fuerzas para decirles que se equivocaban? ¿Cómo? Si ni yo misma me tenía fe, y al buscar fuerzas en otros, me hundía más y más. Tenía ese sentimiento de que caía por una escalera espiral y que la gravedad y la velocidad que ya había tomado me impedían frenar para intentar subir. Nada me daba ni un rayito de esperanza, ni siquiera una luz artificial. Cuanto más indecisa estaba, sentía que mi futuro comenzaba a resquebrajarse junto con mis deseos, pasiones y que lo único que quedaba eran dudas, angustias y un gran vacío. Luego descubrí que mi mente distorsionaba las palabras de los demás y las convertía en torturas y crueldades hacia mí. El stress me superaba, podía ver prácticamente como los hilos me ataban y me manejaban como una simple y aburrida marioneta. Ahí comprendí que había destruido muchas relaciones, muchas cosas, y yo seguía ahí estancada en el mismo lugar que antes, y más sola aún.

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